
Humedad por todos lados. No llegaba a ser neblina, pero se las jugaba para serlo. La vereda rota, la mierda del perro. Cuando volvía a casa me resultaba todo muy difícil. Peor en los días de humedad, cuando todo lo que pisas es viscoso y resbaladizo.
El viento agitaba las ramas decrépitas de los árboles que se retorcían y, al ritmo de este baile, dejaban caer los restos de la lluvia de hacía media hora. Las sentía tocarme los hombros, sacarme la ropa en esas ocasiones.
Me tomaron entre dos, los árboles, para rasgarme las vestimentas y así, desnudarme completamente. Uno me agarró de los tobillos, abriéndome las piernas. Sentí frío donde nunca lo había hecho. La penetración fue dura en un principio, pero se aguantaba, hasta que decidieron terminar conmigo, dejándome arruinada, tirada en el suelo. Con la cara ensangrentada, veía mitad colorado y mitad oscuridad (mi cuadra es una boca de lobo). La boca me sabía toda a madera y sangre. Las astillas clavadas en mis muslos eran insoportables.
Pude recomponerme y logré llegar al hall de entrada del edificio. Los momentos en el ascensor son los peores. Una mujer hecha pedazos mira, desde el reflejo, a una niña totalmente quebrada. Mi vanidad, traducida por un supuesto maquillaje, se había vuelto una pintura impresionista en mi rostro. El silencio te condena tanto que empezás a respirar mas fuerte, para callarlo. Callarte. Callarme.
Las llaves en el pasillo de estética neurótica son estruendosas. La cerradura se corre, mientras juega a no embocar la llave.
El viento agitaba las ramas decrépitas de los árboles que se retorcían y, al ritmo de este baile, dejaban caer los restos de la lluvia de hacía media hora. Las sentía tocarme los hombros, sacarme la ropa en esas ocasiones.
Me tomaron entre dos, los árboles, para rasgarme las vestimentas y así, desnudarme completamente. Uno me agarró de los tobillos, abriéndome las piernas. Sentí frío donde nunca lo había hecho. La penetración fue dura en un principio, pero se aguantaba, hasta que decidieron terminar conmigo, dejándome arruinada, tirada en el suelo. Con la cara ensangrentada, veía mitad colorado y mitad oscuridad (mi cuadra es una boca de lobo). La boca me sabía toda a madera y sangre. Las astillas clavadas en mis muslos eran insoportables.
Pude recomponerme y logré llegar al hall de entrada del edificio. Los momentos en el ascensor son los peores. Una mujer hecha pedazos mira, desde el reflejo, a una niña totalmente quebrada. Mi vanidad, traducida por un supuesto maquillaje, se había vuelto una pintura impresionista en mi rostro. El silencio te condena tanto que empezás a respirar mas fuerte, para callarlo. Callarte. Callarme.
Las llaves en el pasillo de estética neurótica son estruendosas. La cerradura se corre, mientras juega a no embocar la llave.
Planta de los pies...
3 comentarios:
Te puedo asegurar que esos sujetos no se parecen a arboles.
Veo que la inmediatez sigue resultando invetable.
pucha, ahi no iba la palabra inmediatez. igual vos vas a entender.
esa imagen me gusta mucho más, (la amarilla, claro está)
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