miércoles, 1 de agosto de 2007

Cuento del Reloj Fuera de Tiempo


La cubría solamente un vestido muy volátil, que se arremetía hasta llegar a sus rodillas.

Yo pasé por la ventana de su cuarto, me detuve y le di los buenos días a través del cristal, mitad empañado por la humedad y mitad invisible.
Ella me respondió escapando hacia el balcón y regalándome un zapato marrón. Dentro del zapato, había un foco de luz y un rollo de papel, que, al desenvolverse, mostraba efusivamente la frase “quisiera poder hablarte sin sangrar”.

A esta altura del tiempo, el clima era impredecible. De un momento a otro, las lluvias se convertían en un abrasador calor, me ponía nervioso toda esta situación. Comprimí el zapato contra mi pecho, como si intentara escuchar a mi corazón, latiendo al ritmo del metrónomo difuso.

Decidí seguir mi camino. El sol marcó mis pasos hasta la puerta de mi casa.

Me encerré en el armario, para escucharme.
El teléfono no paró de sonar hasta que pude reconectarme con la realidad. Era ella.
Me preguntó si me gustaba colgarme de la luna, y si me importaba que nadie esperara nada de mí. Contesté con un silencio. Aunque lo que se escuchaba en realidad era la interferencia de la conversación de otra señora.

Hablar con una persona como ella era hablar con un sordomudo, imposible si no es a través de señas confusas.

Me sentí saturado por la (no)conversación. Colgué el teléfono, arranqué el cable de la pared y, muy serenamente, lo arrojé al vacío.
El artefacto aterrizó muy cerca de un infante que, jugando, no prestaba atención a posibles objetos que cayeran del cielo.

Bajé las escaleras, al punto de resbalarme y bajarlas aún mas rápido por el accidente.
Me senté en el umbral de mi edificio. Los vecinos me miraban con desprecio. Como si el estar relajado afectase su ansiedad, su aceleración.
De hecho, no estaba nada relajado. Por fuera tenía una expresión serena, pero por dentro estaba a punto de explotar.

Desaparecí. No existía en el tiempo ni en el espacio, aunque, a pesar de ello, podía ver lo que sucedía a mi alrededor. No envejecía y la gente podía caminar a través de mí.

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