Y hace bastante que no escribo líneas para un loco.
El tiempo se llevó casi todo. Lo único que nos queda son unos zapatos roñosos, una bufanda y un dado al cual le falta una cara.
La casa está mas vacía que nunca. El reloj del comedor dejó de funcionar hace tiempo. Desearía, pudieses darte una vuelta por el barrio.
Las sábanas están empolvadas con tu forma, el olor a la ropa recién lavada con las manchas de café que no supieron quitarse.
La heladera, desierta como un hotel de mala muerte. La vecina pregunta por vos, más que nada cuando salgo a la calle a perseguir fantasmas.
Los diarios se apilan de a montones, formando murallas de tinta y papel gris.
Te cuento que de vez en cuando voy al café de Primera Junta, al que solíamos ir a tomar algo. Pero no me acompaña nadie. Me entretengo tejiendo historias con pedazos de conversaciones de otras personas.
Juro que podría quedarme horas, incluso días a hacerlo.
Siempre un joven se detiene en la ventana a ver al viejo loco que habla solo. Yo le respondo clavándole la mirada hasta que desciende la cabeza mugrienta.
Una vez salí a darle las gracias.
El joven me preguntó por qué le agradecía…
Amablemente le contesté “no soy invisible y vos lo notaste”.
Los días en esta época del año son cortos, muy cortos. Y aunque haga frío de cementerio, llevo a mi hermosa Dalia a dar un paseo al parque Chacabuco.
Aunque en realidad camine solo, pegado a mi sombra, me siguen las ilusiones de verla de nuevo.
Ya ni la mujer con la que me casé me llena de la forma que lo hacía. El caminar con la perra que tanto amaba, correteando por ahí…Era una compañía en sí misma.
El día que muere se abre el suelo para mí. Al escribir estas líneas, tal vez recibas la página con manchones, pero son las lágrimas que caen sobre el papel y, éste, tan amablemente sabe recibir.
El auto junta orines de perro, caca de palomas que buscan reposo en el techo ya gastado.
En la cama recordaba el viaje a Chascomús que hicimos antes de que Dalia muriese.
El techo del cuarto parece desplomarse. Ya ni ropa me queda. Tus hijos se llevaron todo lo que encontraron de valor, porque yo les dije que lo hicieran.
Las grietas van superando la pintura, el cuarto que usaba tu hermana está vacío. Regalé los muebles que quedaban y los que no se habían llevado tus pendejos.
Pienso pasar a visitarte en cuanto encuentre el valor para hacerlo.
De los tantos pacientes que supe atender durante mi carrera, nunca me había cruzado con alguien con tus características. Las marcas en la piel, certeras, llevan tu nombre.
Recuerdo también el día que habían atropellado a Dalia. No recuerdo muy bien qué es lo que pasó, pero debe haber sido por la bronca y la mala sangre que me bajó la presión.
La suerte del animal se terminó y la mía la corto yo.
En fin, las líneas para los locos son como una expresión de reflejo, espero que esta carta no llegue a las manos de tu mujer, ya que caería de bruces y se enfermaría, pero ella conoce de mi situación. Y sospecha mi fin desde hace tiempo.
Los secretos salen a la luz en algún momento, y aquel que lea esto, podrá apreciar que la carta tiene idénticos autores y destinatarios.
See you in the morning…