martes, 28 de agosto de 2007

Del paralelismo y su rostro.



Combinación líneas C-A (a Plaza de Mayo)...

"Esto es tuyo, pero no es tu 'yo'".

Photo capture: Martín H.

martes, 21 de agosto de 2007

Sueño nº1




Noche de 30 grados centígrados. Cielo despejado completamente, aunque las nubes son como niños e impredecibles.
Avenida de Mayo iluminada a más no poder, con faroles que parecen soles de tamaño pocket. Gente sentada en sillas descartables, una pantalla gigante, proporcional a la grandeza del falo de Corrientes y 9 de Julio.
Juana Molina sonando de fondo, con un fondo azul brillante que robó del mar.
Yo, en un balcón con William, sobre la avenida iluminada. Un balcón antiguo, chico, de esos que se ven en teatros muy serios. El ambiente era denso, porque yo no tenía mi morral.

El balcón estaba ubicado en un edificio de habitaciones similares. Dentro de la habitación de dicho balcón se abría un piso marmolazo, a cuadros blancos y negros. Siguiendo el cuarto, eran seculares las columnas que sostenían el cielo raso decorado con candelabros también antiguos. Y yo seguía sin mi morral.

Las escaleras descendían hasta un suelo de madera que seguía el rastro hasta un escenario iluminado por oro, luz de piedras. Sus respectivos actores se repartían en la superficie. En otros cuartos, el ambiente era otro completamente. Habitaciones de techos altos, piso de maderas. La humedad se había sabido expresar casi artísticamente en los techos, cuando se extendían los dibujos por todas las plataformas posibles. El olor lúgubre de la casa de un muerto se asemejaba mucho a ésta.

Volviendo al exterior, un trapecio se coqueteaba con la gente de los balcones, y me incluyo.
Juana Molina se veía pésima desde nuestra perspectiva. Decidimos esperar a Martín, que llegaba con una camisa azul, cuadrillé, subiendo por unas escaleras angostas.
Nos colgamos los tres del trapecio, y, a pesar de lo graciosa, bizarra e idiota que pareciera la imagen, era lo último que se nos habría ocurrido en ese momento. El trapecio nunca llegó al otro lado de la calle, y nosotros quedamos atrapados en el medio, a una altura bastante considerable. Y yo seguía sin tener mi morral.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Tallos de Flores Secas


Tallos de flores secas, arrancados como pestañas del césped.
La hendija deja ver las marcas en su cara.
Tenías las uñas llenas de tierra, de excavar en tu inconsciente, en la pared.

La rueda de un monociclo aplasta tu rostro, envuelto en suciedades del año veinte.
Salía agua de tu nariz. Agua turbia de nube que opaca tu compresión.

Jalabas de las raíces que sostienen al cervatillo. Una lanza atraviesa su cuello, sin embargo sigue preparando el té.
El conejo y el sombrerero loco terminaron su infinita merienda. Quién sabe algo de Alicia?

Mientras tomaba agua para bañarme de tus manos, pensaba en la grieta del techo. Se caen todas las propiedades en Babilonia.
Acaso sirve cruzar a nado la mar? El flaco no lo creía en realidad. Reía a carcajadas, con un phaser entre las piernas, que temblequeaba su postizo delantal.

Un piano en tu cavidad torácica permite que puedas sonreír. Doscientos años no es tanto tiempo.
Caías del árbol muy seguido. Un día te partiste en dos pedazos. Uno para aclarar los tiempos que nunca pudimos seguir, cuando nos dispersábamos viendo cómo los pájaros comían de sus ojos que perpetuaban la celda de la que no salimos jamás. Otro para preparar la cena, que, ansiosa, aguardaba esa afinación tan deseada y tan odiosa de no alcanzar a los talones de Aquiles, que a su vez jugaban un rol importantísimo en la fotosíntesis del parabrisas.

En resumen, el limpiador no poseía una orilla de cejas, sino que pensaba tanto que su cabeza parecía un motor V ocho. Era por eso que de noche no pudimos pernoctar durante diez minutos. Su estrategia era matarnos del aburrimiento. El marfil alcanzaba su objetivo, estábamos cargados de sustancias alucinógenas. Solo que no habíamos consumido nada, era todo secular. Tan secular que nos perdimos en nuestras casas.

No nos encontramos.

Jay Jay (self-portrait)



Y hace bastante que no escribo líneas para un loco.

El tiempo se llevó casi todo. Lo único que nos queda son unos zapatos roñosos, una bufanda y un dado al cual le falta una cara.
La casa está mas vacía que nunca. El reloj del comedor dejó de funcionar hace tiempo. Desearía, pudieses darte una vuelta por el barrio.

Las sábanas están empolvadas con tu forma, el olor a la ropa recién lavada con las manchas de café que no supieron quitarse.
La heladera, desierta como un hotel de mala muerte. La vecina pregunta por vos, más que nada cuando salgo a la calle a perseguir fantasmas.
Los diarios se apilan de a montones, formando murallas de tinta y papel gris.

Te cuento que de vez en cuando voy al café de Primera Junta, al que solíamos ir a tomar algo. Pero no me acompaña nadie. Me entretengo tejiendo historias con pedazos de conversaciones de otras personas.
Juro que podría quedarme horas, incluso días a hacerlo.

Siempre un joven se detiene en la ventana a ver al viejo loco que habla solo. Yo le respondo clavándole la mirada hasta que desciende la cabeza mugrienta.
Una vez salí a darle las gracias.
El joven me preguntó por qué le agradecía…
Amablemente le contesté “no soy invisible y vos lo notaste”.

Los días en esta época del año son cortos, muy cortos. Y aunque haga frío de cementerio, llevo a mi hermosa Dalia a dar un paseo al parque Chacabuco.
Aunque en realidad camine solo, pegado a mi sombra, me siguen las ilusiones de verla de nuevo.

Ya ni la mujer con la que me casé me llena de la forma que lo hacía. El caminar con la perra que tanto amaba, correteando por ahí…Era una compañía en sí misma.
El día que muere se abre el suelo para mí. Al escribir estas líneas, tal vez recibas la página con manchones, pero son las lágrimas que caen sobre el papel y, éste, tan amablemente sabe recibir.

El auto junta orines de perro, caca de palomas que buscan reposo en el techo ya gastado.

En la cama recordaba el viaje a Chascomús que hicimos antes de que Dalia muriese.

El techo del cuarto parece desplomarse. Ya ni ropa me queda. Tus hijos se llevaron todo lo que encontraron de valor, porque yo les dije que lo hicieran.

Las grietas van superando la pintura, el cuarto que usaba tu hermana está vacío. Regalé los muebles que quedaban y los que no se habían llevado tus pendejos.

Pienso pasar a visitarte en cuanto encuentre el valor para hacerlo.
De los tantos pacientes que supe atender durante mi carrera, nunca me había cruzado con alguien con tus características. Las marcas en la piel, certeras, llevan tu nombre.

Recuerdo también el día que habían atropellado a Dalia. No recuerdo muy bien qué es lo que pasó, pero debe haber sido por la bronca y la mala sangre que me bajó la presión.

La suerte del animal se terminó y la mía la corto yo.

En fin, las líneas para los locos son como una expresión de reflejo, espero que esta carta no llegue a las manos de tu mujer, ya que caería de bruces y se enfermaría, pero ella conoce de mi situación. Y sospecha mi fin desde hace tiempo.

Los secretos salen a la luz en algún momento, y aquel que lea esto, podrá apreciar que la carta tiene idénticos autores y destinatarios.

See you in the morning…

De los Diálogos que Nunca Pudimos Ver con los Ojos Bien Abiertos



-Egea:
"La luz me lastima los ojos, no lo soporto, ni a la luz, ni a ustedes".

-Mariano:
"Nunca me llevé bien con la estupidez, siempre fui menos que mi reputación".

-Navidad:
"No llego, no alcanzo, no aguanto, no pierdo, no tengo, no espero. Te odio".

Ese día no había más que hacer que levantar el teléfono y esperar a que alguien hablara.
Lamentablemente, todos en la habitación eran mudos. Intentaban comunicarse por señas, pero los químicos habían copado los sentidos de todos.
Si hubiésemos sabido que necesitaríamos de ellos no nacíamos en ese lugar.
Llegaba OnoSerMiseria por la frontera, recién salido de su acogedora placenta. No entendía nada de lo que pasaba, no tenía la menor idea.
En el camino se encontró con su primo segundo, que llegaba del Himalaya. Le había contado que costaba caro nacer allá, que él tenía suerte de haber nacido como un híbrido entre una naranja y su madre selva.

Al llegar al lugar no encontró mas que a sus compañeros de útero. Los odiaba.

Cuento del Reloj Fuera de Tiempo


La cubría solamente un vestido muy volátil, que se arremetía hasta llegar a sus rodillas.

Yo pasé por la ventana de su cuarto, me detuve y le di los buenos días a través del cristal, mitad empañado por la humedad y mitad invisible.
Ella me respondió escapando hacia el balcón y regalándome un zapato marrón. Dentro del zapato, había un foco de luz y un rollo de papel, que, al desenvolverse, mostraba efusivamente la frase “quisiera poder hablarte sin sangrar”.

A esta altura del tiempo, el clima era impredecible. De un momento a otro, las lluvias se convertían en un abrasador calor, me ponía nervioso toda esta situación. Comprimí el zapato contra mi pecho, como si intentara escuchar a mi corazón, latiendo al ritmo del metrónomo difuso.

Decidí seguir mi camino. El sol marcó mis pasos hasta la puerta de mi casa.

Me encerré en el armario, para escucharme.
El teléfono no paró de sonar hasta que pude reconectarme con la realidad. Era ella.
Me preguntó si me gustaba colgarme de la luna, y si me importaba que nadie esperara nada de mí. Contesté con un silencio. Aunque lo que se escuchaba en realidad era la interferencia de la conversación de otra señora.

Hablar con una persona como ella era hablar con un sordomudo, imposible si no es a través de señas confusas.

Me sentí saturado por la (no)conversación. Colgué el teléfono, arranqué el cable de la pared y, muy serenamente, lo arrojé al vacío.
El artefacto aterrizó muy cerca de un infante que, jugando, no prestaba atención a posibles objetos que cayeran del cielo.

Bajé las escaleras, al punto de resbalarme y bajarlas aún mas rápido por el accidente.
Me senté en el umbral de mi edificio. Los vecinos me miraban con desprecio. Como si el estar relajado afectase su ansiedad, su aceleración.
De hecho, no estaba nada relajado. Por fuera tenía una expresión serena, pero por dentro estaba a punto de explotar.

Desaparecí. No existía en el tiempo ni en el espacio, aunque, a pesar de ello, podía ver lo que sucedía a mi alrededor. No envejecía y la gente podía caminar a través de mí.