domingo, 21 de octubre de 2007

Adiós gotas, adiós...


"Sentí de repente la urgente necesidad de tener que lavarme las manos, de frotarlas para quitarme la mugre, la transpiración provocada por aquel tipeado a velocidad inconcebible. Caminé desesperado al baño, a pasos agigantados, llegando en un tiempo récord al lavabo y abriendo la canilla para reponer tal delito orgánico".

"Al final, me sentí completamente limpio, aunque sólo había lavado mis manos con el jabón color naranja y sumergí mi rostro en el charco artificial. Cuando terminé de secarlas con la toalla harapienta, me di vuelta y sucedió lo peor. La luz prendida indicaba que había dejado (inconscientemente) algo pendiente en el toilette".

"Intermitente, epiléptica, desesperante, se llevaba a cabo una de las peores torturas hasta hoy existentes: la gota. Marcaba el pulso que despertaría más tarde mi obsesión, o podría generar un brote psicótico en mi cabeza".

"Fué una batalla dura contra el grifo, hasta que finalmente logré vencer, de manera inesperada al falo metálico que me brindaría una de las más grandes excusas de mi locura: el agua. Creo que puedo soñar cuantas veces se le antoje a mi retorcido cerebro hacerlo".



Picture by: castroma@gmail.com

martes, 16 de octubre de 2007

Con la manga, seca su nariz


Es esto que me tiene atado al suelo. No podría describirlo como algo material, concreto. En vano sería intentar pensarlo en abstracto, sabrás entender supongo…

Bolsitas de nylon, es casi un sustento. La campera de jean que le regalé al otro chico.

Las mangas del buzo, estiradas hasta las rodillas, todo el buzo estirado en realidad. Las puntas de las mangas llenas de moco y lamparones de bencina.

Cuando puedo ver mi reflejo en algún bar o en una vidriera es terrible. Intento no verme. Es algo que no puedo soportar verme así.

La gente me echa, me patea, me ignora. Un chico me dijo que era invisible. Otro me dio una moneda, tenía pantalones flojos. Una señora me regaló el resto del pucho que estaba fumando, esos cigarrillos interminables, blancos, fálicos, con gusto a algún trago horrible que habrá tomado en el casino. Intento rechazar los que tienen la marca del lápiz labial, lo encuentro terriblemente repulsivo, como si la huella fuese la boca en sí, y no lo que dice.

La policía no me trata tan mal como pensás. Cuando no bardeo, no me molestan. Pero cuando me pongo la capa de poxirrán es otro el mambo.

Abrir puertas, cerrar puertas, extender la mano con la palma hacia arriba, mirar a la persona a los ojos, quedar mal parado cuando no te dan nada. Es terrible, peor cuando estás en otra, cuando estás re loco, o cuando tenés paco hasta en las uñas.

Sigo sin recordar la última vez que me tomé un café con leche y medialunas. Me tengo que conformar con un par de galletitas, cuando compramos a la mañana, bien temprano, antes de salir con el carro.

Me olvidé de que te estaba hablando…

Ah, cierto, ese tema de los redondos, Ladrón de Mi Cerebro…lo escuchaste?

jueves, 11 de octubre de 2007

Murmullo del ser inerte.

Vigilando el movimiento de los pasajeros, ocupando un lugar inigualable en el colectivo,
al lado de la puerta. La gente me odia por no dejarla pasar como suele hacerlo, aunque el
ómnibus no estuviera tan lleno, el lugar es bueno. Si te mirás los pies, caes.
El contorsionismo de los descendientes era genial.

Vigilando, a ver si se desocupa un asiento. Y en la carrera (cuando ésto sucede) para llegar
antes de que la vieja voluptuosa descargue la falta de "solidaridad" de algún individuo estático.
Llego yo primero. No tengo ningún tipo de pudor si algún cristiano me mira raro, queriéndome subir a la hoguera. Creo que los viejos están para morirse, no para sentarse. Creo que los jóvenes merecen descansar más que los antigüos, porque tienen una vida entera por delante.

De manera sarcástica, cambio el punto de atención de los graffitis del asiento delantero al rostro de la vieja. No me mira, por miedo, incertidumbre, porque si me mira me putea.

De suerte, el asiento estaba en mejor posición que el anterior lugar. Ultima fila, contra la ventana, que según Cortázar daría una condición de patronazgo.
Pensé que tenía mal olor, o las manchas en mi cara se habían acentuado, porque el chico de al lado se había bajado ni bien me senté.

El hombre de traje se tentó. "Vuelvo de la oficina de estar sentado todo el día, pero da igual".
Se sienta bruscamente, haciendo puntería con el culo, para no caer encima mío y así evitar cualquier tipo de comentario, mirada o expresión incómoda.

Murmuraba, murmuraba como no te imaginás. En el murmullo se sentía cansancio, sufrimiento. Temía del celular, de los demás, de la vieja que lo miraba porque él tampoco le había cedido el asiento. La vista periférica había descifrado que mi mirada estaba atónita en escuchar lo que decía. El ruido del colectivo impedía la interpretación, pero el murmullo era lo suficiente para saber que no me estaba hablando a mí. Ni siquiera se estaba hablando él. Bajó al instante.


Dios, que catársis que me espera en la casa de Martín H.