Ni luz, sólo la que dejaban pasar las nubes, y mezquinaban…muchísimo. El frío en la playa es, además de frío, ventoso. Por consecuencia, ventoso y duele, duele la arena que se agolpa en las rodillas, en los ojos, en el pelo. Quién sabe cuándo saldrá la arena que queda atrapada en el pelo?
Lo bueno de esos días, es que la arena está húmeda, apesadumbrada y asquerosa. Entonces se sufre sólo si se está de a más de a uno.
Nos esperaba un coche, simplemente subiendo las piedras que funcionan de pared. Me arrastré como pude, sin saberlo. No me importaron los anzuelos tirados, ni las botellas rotas que desgarraban mi vientre y mi cara. No me importó que me vieras y no hicieras nada.
Ni siquiera me importó verte reír, me ayudaba verte reír. Porque ahora, te miro y no me río, te miro y cubro mi rostro, la imagen, el agua, y la lengua me desfiguró.
Realmente, te miro y me mirás, pero no te veo a vos, me veo a mí viéndote. Me sueño soñando, es el efecto de espejos contrapuestos. De espejos rotos, cortando muñecas de juguetes. De juguetes perdidos, perdidos y rabiosos.
Es el delay latente del día. Mis días se clonan sucesivamente, con retroalimentación constante, un feedback de retrospección y auto-encierro-loco. Con sutileza extrema de sienes perfumadas y diseño de por medio. Lunares, puentes y labios pintados de rojo como no le verías a nadie más que a Bojangles.
Son teclas blancas.
Son rayas blancas.
Son tres blancas y una negra.
Es sentarse y pararse al mismo tiempo, sin contar los segundos de por medio y mirar al techo, que sostiene la lámpara, que entrega la luz, que da dolor en los ojos.